Tus analíticas no es el final: es el verdadero punto de partida de tu salud
Autor: Prof. Liu Zheng
Hacerse una analítica suele parecer un trámite sencillo: vas al laboratorio, te extraen sangre, recibes un informe y, si todo está dentro de lo “normal”, lo archivas y te olvidas. Sin embargo, interpretar esos resultados como un sello de “todo está bien” es un error frecuente. Una analítica de laboratorio no debería verse como un “chequeo único” y cerrado, sino una imagen instantánea de lo que ocurre en tu cuerpo, y la oportunidad ideal para prevenir problemas antes de que aparezcan.
La medicina moderna insiste cada vez más en esto: muchas enfermedades avanzan en silencio, sin producir síntomas evidentes. La ausencia de dolor no garantiza que todo funcione correctamente. Por eso, una analítica es ante todo una oportunidad para detectar riesgos antes de que la enfermedad dé la cara.

Los valores que no duelen, pero sí importan
Uno de los ejemplos más ilustrativos es el del colesterol LDL, conocido popularmente como “colesterol malo”. Su nombre no es casual. Tras décadas de evidencia, la ciencia lo considera un factor causal directo en el desarrollo de aterosclerosis: la acumulación de placas que estrechan las arterias y que, con el tiempo, pueden culminar en un infarto o un ictus. La mayoría de las personas con el LDL elevado no sienten nada, absolutamente nada. Y es precisamente ese silencio lo que lo convierte en un riesgo tan peligroso.
Las guías actuales recomiendan mantener el LDL por debajo de 100 mg/dl en la población general, y aún más bajo en personas con riesgo cardiovascular. Los estudios son consistentes: reducir el LDL disminuye directamente la probabilidad de eventos graves. Cada descenso notable se traduce en una menor carga para las arterias y una protección acumulativa a largo plazo. Vivir años con el colesterol alto —aunque uno se sienta perfectamente sano— es como caminar con una cuenta atrás que no se ve.
Lo mismo ocurre con la glucosa y los marcadores de prediabetes o diabetes tipo 2. Pueden elevarse lentamente sin producir síntomas llamativos. Una persona puede perder peso sin esfuerzo aparente, sentirse cansada pero atribuirlo al trabajo, o presentar una sed apenas perceptible… signos dispersos que no siempre se relacionan con un desequilibrio metabólico. Pero cuando la analítica muestra una glucosa en ayunas o una hemoglobina glicosilada elevada, esas cifras están contando una historia: el cuerpo lleva tiempo intentando compensar, y necesita ayuda.
Para qué sirve realmente una analítica
Una analítica no es un examen que se aprueba o se suspende. Es un mapa. Cada valor orienta, sugiere, avisa. Y como cualquier mapa, su utilidad depende de cómo se interprete. Dos personas pueden tener el mismo nivel de colesterol y, aun así, necesitar planes completamente distintos según su edad, antecedentes familiares, estilo de vida o la presencia de otros factores de riesgo.
Por eso conviene leer un informe médico con calma, acompañado de un profesional que conozca tu historia y pueda identificar no solo los números fuera de rango, sino también las tendencias. A veces lo importante no es un valor aislado, sino su evolución en los últimos años: un LDL discretamente elevado que va subiendo progresivamente, una glucosa que abandona la normalidad, una tensión que fluctúa más de lo habitual…
La medicina preventiva se basa precisamente en eso: observar los pequeños cambios antes de que se conviertan en problemas mayores.
La prevención no es un acto puntual, sino un hábito
Es cierto que existe un debate sobre el uso de analíticas en personas aparentemente sanas. Algunos estudios señalan que realizar exámenes de manera indiscriminada puede generar ansiedad, falsos positivos o intervenciones innecesarias. Pero también hay investigaciones sólidas que demuestran que participar de manera regular en programas de control y análisis de marcadores clave mejora la detección temprana, reduce la mortalidad cardiovascular y disminuye la probabilidad de desarrollar enfermedades graves en órganos vitales.
La clave está en el equilibrio: ni ignorar la analítica, ni convertirla en una obsesión. Entenderla como una herramienta de seguimiento continuo es la forma más sensata de cuidarse.
Del papel a la vida real: cuándo actuar y cómo hacerlo
Si tu informe médico muestra valores alterados —aunque no tengas síntomas—, es importante actuar. Eso no significa necesariamente iniciar un tratamiento farmacológico, aunque en algunos casos pueda ser recomendable. Significa, sobre todo, revisar tus hábitos y hacer ajustes que tengan impacto real:
- Mejorar la alimentación, reduciendo grasas saturadas y ultraprocesados, e incorporando más fibra, frutas, verduras y legumbres.
- Aumentar la actividad física, incluso si solo se trata de caminar más cada día.
- Vigilar el peso de manera realista y sostenida.
- Controlar la presión arterial, el estrés, el sueño y otros pilares de la salud que influyen directamente en el metabolismo.
- Programar revisiones periódicas, especialmente si tienes antecedentes familiares o factores de riesgo acumulados.
Estos cambios, cuando se mantienen en el tiempo, pueden reducir significativamente la carga de factores que desencadenan enfermedades silenciosas.

Una nueva manera de mirar tus análisis
La próxima vez que recibas una analítica, intenta no verla como un simple documento que confirmar que “todo está bien”. Léela como un mensaje de tu cuerpo. Como una invitación a reflexionar sobre tu salud real —no la que se siente, sino la que se mide y se observa—. Y si todo está correcto, celébralo… pero también pregúntate: ¿qué puedo hacer para mantenerlo así?
La salud no empieza cuando aparece un síntoma. Empieza mucho antes, en la constancia, en las revisiones regulares, en la atención a los pequeños detalles y en la comprensión de que un informe médico no es un cierre, sino una apertura.
Porque la verdadera prevención no consiste en reaccionar ante la enfermedad, sino en adelantarse a ella.
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